sábado, 15 de abril de 2017

Algora: Folclore del rascacielos


Nacido a través del cada vez más necesario crowdfunding, Folclore del rascacielos, el cuarto disco de Algora, el proyecto musical de Víctor Algora (recuperado tras ese pequeño paréntesis electrónico que supuso Breve historia de la luna, el disco que publicó bajo el pseudónimo La evolución del hombre al pájaro), se presenta como su trabajo más certero. Un trabajo que puede presumir de contener canciones de esas capaces de mirar fijamente (y sin sonrojarse) al que para servidor es (o era; hay varios aquí que podrían desbancarlo) su mejor tema: La era punk (sí, lo prefiero a Baloncesto, ese himno compuesto a mayor gloria de La Prohibida).


“No permitas que tu dignidad les pertenezca / porque en tu rostro arde y duele hermoso el color / y al mismo tiempo, las espinas de la rosa”, canta en Europa y el bosque enamorado, primer corte que se dio a conocer. Lleno de aristas y mucho más serio de lo que cabría esperar, se acaba convirtiendo en uno de los temas más redondos que contiene Folclore del rascacielos. En parte por su estimable formalidad, pero también por su producción. Porque en ella (recordemos que el disco fue grabado junto a David Carratalà y Raúl Querido, y mezclado y masterizado por José Luis Macías) radica uno de sus puntos clave (folk + pop + guitarras acústicas + sintetizadores = Folclore del rascacielos). Pero Europa y el bosque enamorado no es precisamente el único tema reseñable. Yo me quedo también con la preciosa Los ojos de pablo (“los ojos de Pablo / están llenos de lo que nunca pude ver / son helicópteros / son asteriscos / y rascacielos / son puntos suspensivos”), la apocada Canción de amor a Satanás (¡imposible no adorarla con semejante título!), la más movidita (y decididamente vengativa) Luz en mis maletas (“¿cuál es mi destino? / lo encontré más allá del mar / luz en mis maletas para recuperar / todo el tiempo que he perdido con tu frivolidad / voy a viajar por todo el Universo”) o la fantasiosa y naíf El amante distraído. Hasta le puedo perdonar ciertos clichés, como los que nos ofrece en Sombra de reptil gigante: “me tiré a todo lo que se movía / y probé todas, todas las drogas que existían”. Y sí, aquello de “me acosté con dioses y amanecieron hombres” que señala en Dioses y hombres me recuerda irremediablemente a cuando Marilyn Monroe comentaba con total halo de tristeza que los hombres se acostaban con Marilyn (Monroe) pero despertaban al lado de Norma (Jean).


Tengo la sensación de que Algora ha encontrado, definitivamente, su voz. Convertido en una suerte de cantautor (sí, como mis queridos Nacho Vegas o Iván Ferreiro; cada uno con sus inquietudes; todos necesarios), romántico-fantástico, cuyas letras se mueven con soltura entre la ironía y la melancolía.

Lo mejor: Esa mezcla de tristeza, rabia combativa y dulce romanticismo tan presente en todo el disco.

Lo peor: La obviedad de alguna que otra letra.

Puntuación: 7/10.

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