viernes, 9 de febrero de 2018

Guardianes de la noche

Título original: Nochnói dozor. Año: 2004. País: Rusia. Género: Acción, Fantasía, Terror. Director: Timur Bekmambetov. Guionistas: Timur Bekmambetov y Laeta Kalogridis (adaptando una novela de Serguéi Lukiánenko). Intérpretes: Konstantin Khabensky, Vladimir Menshov, Valeri Zolotukhin, Mariya Poroshina, Galina Tyunina.

Hay películas que las amas o las odias, pero lo raro es encontrar una cinta que provoque ambas reacciones en el espectador. Es raro pero a mí me ha pasado (y por lo visto a muchos otros) con Guardianes de la noche, trabajo que consolidó a nivel internacional a su director, quien pocos años después daría el salto a Hollywood de la mano de Angelina Jolie (y con una cinta de acción titulada Wanted, aka Se busca, que, contra todo pronóstico, fue bastante bien recibida por crítica y público) y que más recientemente se ha hecho cargo de uno de los mayores fiascos (apenas recaudó una cuarta parte de su presupuesto) de 2016: el innecesario remake de Ben-Hur. Suya es, también, la bizarra Abraham Lincoln: Cazador de vampiros (Abraham Lincoln: Vampire Hunter). 


Fascinante e insufrible a partes iguales, Guardianes de la noche es una ambiciosa producción (en Rusia batió récords, llegando a convertirse, aunque no conservó el título demasiado tiempo, en la producción nacional más exitosa de la historia; más sorprendente resulta que la eligieran para representarlos en los Oscars, en la categoría de mejor película de habla no inglesa, aunque finalmente, y eso sí que no me toma por sorpresa, no logró pasar la criba que reduce a cinco el número de nominadas) sobre vampiros (por pantalla desfilan, además de vampiros, hombres lobo, brujas y hasta un tipo capaz de extirparse su propia columna vertebral para… ¡usarla como arma!) con una narrativa harto confusa (y eso que su trama se presenta como una simple lucha entre buenos y malos) y espectaculares secuencias visuales a lo Matrix (al director le gusta demasiado usar el ralentí, algo que enervará incluso a los espectadores más pacientes). El protagonista de este batiburrillo de ideas (todo un galimatías) es un cazador, por obligación, que no por devoción, de vampiros llamado Anton (Konstantin Khabenskiy). Él es uno de los “Otros”: humanos con superpoderes cuya misión es proteger a la humanidad de las fuerzas del mal que acechan en la oscuridad. El problema es que no tardará en ser tentado por las fuerzas enemigas. Su decisión (es decir, decantarse por un bando) será esencial en la batalla que mantienen la luz (los buenos) y la oscuridad (los malos). La película, por cierto, es la adaptación de la primera (publicada en 1998) de las novelas (un total de seis) escritas por Serguéi Lukiánenko. De momento, y no parece que la cosa vaya a cambiar (al menos a corto plazo), sólo las dos primeras han sido llevadas a la gran pantalla, la que nos ocupa y Guardianes del día (Dnevnói dozor).  Y eso que durante años se ha venido rumoreando con la adaptación de la tercera entrega, Guardianes del crepúsculo (Súmerechny Dozor). El resto de novelas que completan la colección son, por cierto, Los últimos guardianes (Posledniy dozor), Nuevos guardianes (Novyi dozor) y El sexto guardián (Shestoy dozor).


Resulta sorprendente, al menos desde mi punto de vista, que una producción tan extravagante (y desconcertante) acabase cosechando tantísimo éxito en Rusia, su país de origen. Ayuda que adapte una novela que fue todo un best seller, pero me despista su mezcolanza de géneros, sus estridentes escenas de acción (rodadas con un estilo “videoclipero” más molesto que otra cosa) y una narración inexplicablemente compleja. También que plagie sin pudor a sagas tan populares como las de Star Wars, El señor de los anillos (The Lord of the Rings), Underworld o la ya nombrada Matrix. Con ello no quiero decir que Guardianes de la noche sea un largometraje completamente desechable; intenta jugar en la misma liga que películas americanas con presupuestos infinitamente superiores, siendo ello un (gran) plus a su favor. Al menos a su ambición. Atención, y con esto ya acabo, a la escena protagonizada por… ¡un tornillo! Puritito delirio que comienza con un cuervo introduciéndose por una de las turbinas de un avión y provocando con ello que un tornillo se afloje. El director nos hace partícipes, a continuación, del devenir de este último (spoiler: acaba dentro de una taza de café). ¡Y todo ello combinando cámara rápida y lenta!

Lo mejor: Su factura técnica, cercana a la de cualquier superproducción americana a pesar de su muy ajustado (irrisorio para los estándares de Hollywood) presupuesto (el equivalente a algo menos de 4,5 millones de dólares).

Lo peor: Puede resultan irritantemente confusa. Y, ¡ojo!, su estilo visual es capaz de provocar innumerables jaquecas.

Puntuación: 5/10.

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