Título
original: The Blair Witch Project. Año:
1999. País: Estados Unidos. Género:
Terror. Directores:
Daniel Myrick y Eduardo Sánchez. Guionistas:
Daniel Myrick y Eduardo Sánchez.
Intérpretes:
Heather Donahue, Michael C. Williams, Joshua Leonard, Patricia DeCou,
Sandra Sánchez.
Si algo se puede alabar
de la labor de Myrick y Sánchez es su magnífica e
innovadora campaña de marketing, pero no este falso documental de
discutible factura técnica. Y es que El proyecto de la bruja de
Blair pasará a la historia por dos razones: por ser una de las
películas más rentables del séptimo arte (costó una miseria y
recaudó millones) y por tratar de hacer creíble (sirviéndose de
falsos documentales y, sobre todo, de Internet) una historia irreal.
Aunque este último recurso ya había sido explotado anteriormente en
trabajos tan conocidos como Holocausto caníbal (Cannibal
Holocaust).
La trama no puede ser más sencilla: un grupo de
chicos se interna en un bosque con la intención de demostrar la
existencia de una bruja que, dicen, habita en él. Tras desaparecer
se localizan una serie de grabaciones que parecen explicar qué pasó
con ellos. El equipo lo integraban Heather (Heather Donahue), un
técnico de sonido llamado Michael (Michael Williams) y Joshua
(Joshua Leonard), quien se encargaba de filmar sus desventuras. Sin
embargo, me interesa más todo lo que ocurrió entre bambalinas, con
unos directores que daban pautas a sus actores con cuentagotas,
asustándolos continuamente y racionándoles la comida, llevándoles
así a límites extremos. Todos esos chascarrillos y curiosidades,
así como la campaña orquestada alrededor de la película, son mucho
más atractivos, al menos para el que esto escribe, que el resultado
final de la misma.
Recuerdo perfectamente el día que me
dispuse a verla, no había podido acudir al cine en su estreno, pero
me llamaba mucho la atención y se la acabé pidiendo prestada a una
amiga (afortunadamente para mí, no tuve que pagar por ver este
despropósito). Cuando llegué a casa habilité el salón para crear
el clima adecuado (bajé las persianas, cerré todas las puertas, me
acurruqué en el sofá…), presto a dejarme asustar. Pero los sustos
nunca llegaron (sí, mis expectativas estaban por las nubes); en
lugar de terror me sobrevino el aburrimiento y, durante ciertos
pasajes, un constante mareo provocado por los incesantes movimientos
de cámara. Puede que parte de la culpa fuese mía por esperar
demasiado de ella, pero no logro comprender las virtudes (más allá
de las extraoficiales) que se le atribuyeron a este desaguisado.
Lo mejor: Su
campaña de marketing.
Lo peor: Tuve
la sensación de que no sucedía nada en sus escasos noventa minutos.
Puntuación: 2/10.
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