Título original: Heathers. Año: 2018. País: Estados Unidos. Género: Comedia Negra. Directora:
Leslye Headland. Guionista: Jason
Micallef (adaptando la película dirigida por Michael Lehmann). Intérpretes: Grace Victoria Cox,
Melanie Field, James Scully, Brendan Scannell, Jasmine Mathews, Shannen
Doherty, Nikki SooHoo, Jamie Kaler, Deanna Cheng, Kurt Fuller, Matthew Rocheleau,
Jesse Leigh, Cayden Boyd, Cameron Gellman, Jeremy Cullhane, Drew Droege, Annalisa
Cochrane.
Heathers, adaptación televisiva,
en forma de antología, de Escuela
de jóvenes asesinos (Heathers), el clásico de culto de finales de los
80 (y la película favorita de servidor), parece destinada a convertirse en el
título maldito del año. Su estreno en Estados Unidos (en Paramount Network, canal de nuevo cuño nacido a partir del muy
masculino, que es como más o menos se promocionaba, Spike TV) estaba
previsto para el pasado día 7 de marzo (a España nos iba a llegar al día
siguiente de la mano de HBO; sorprendente,
sobre todo si tenemos en cuenta que Scream
Queens, serie con la que comparte intenciones y que, además, venía
avalada por el todopoderoso Ryan Murphy, nunca llegó a estrenarse por estos
lares), pero el reciente tiroteo en una escuela de Parkland (Florida), y que
terminó con la vida de 17 personas, lo ha retrasado indefinidamente. Así rezaba
el reciente (28 de febrero) comunicado del canal: “Heathers es una comedia satírica que toma riesgos creativos al
tratar con muchos de los temas más desafiantes de la sociedad, desde la
identidad personal hasta la raza o el estatus socioeconómico, para analizar
cómo se dispara la violencia. Aunque respaldamos firmemente el show, a la luz
de los recientes eventos trágicos en Florida, y por respeto a las víctimas, sus
familiares y seres queridos, creemos que lo correcto es retrasar el estreno
hasta más adelante este año”. Para quienes lo desconozcan, la trama de la película
original giraba alrededor de una pareja de estudiantes que se dedicaba a exterminar
(ella inconscientemente, todo hay que decirlo) a sus más mezquinos compañeros
de escuela (escuela que gobernaba con puño de hierro la tiránica Heather
Chandler; a dicho personaje volveré un poco más adelante) haciendo que pareciesen
suicidios.
Pero, dejemos de lado
tan noble (como innecesario; lo que realmente hace falta es un cambio destinado
a impedir que cualquiera pueda hacerse con un arma de fuego, pero ése es otro
tema) acto (el de retrasar su estreno por fuerza mayor) y centrémonos en los
problemas que ya arrastraba la serie desde mucho antes. Casi desde que se
dieran a conocer los cambios propuestos por su creador; el más llamativo y
polémico: transformar por completo a las tres Heathers originales (guapas
arpías, unas más que otras, de clase pudiente). Heather Chandler (Kim Walker en
la película y Melanie Field en la serie), aka
la líder, pasaba a ser una body
positive obesa entregada en cuerpo y alma al “noble” arte de ajusticiar
al prójimo (sirviéndose de su poder en las redes sociales; redes sociales que
se han convertido en el gran hervidero de haters
de este trabajo), Heather Duke (Shannen Doherty en la película, quien, además,
ha participado en tres de los diez capítulos que componen esta temporada, y
cuyo papel se presenta corto pero tan intenso como esencial, y Brendan Scannell
en la serie) es definido como genderqueer
(simplificándolo al máximo: persona que no se identifica con los géneros
masculino y femenino) y Heather McNamara (Lisanne Falk en la película y Jasmine
Mathews en la serie), la tercera en discordia, es una joven negra lesbiana a
la que incluso sus supuestos amigos ningunean sin piedad. El escándalo fue
mayúsculo cuando se colgó el primer teaser; y aún mayor
cuando hicieron lo propio con el tráiler (basta comprobar
la cantidad de dislikes que acumula).
Los (muchos) detractores esgrimieron que la serie presentaba a dichas minorías como
a los malos de la función y a los protagonistas, es decir, a los personajes de
Verónica (Winona Ryder en la película y Grace Victoria Cox en la serie) y J.D.
(Christian Slater en la película y James Scully en la serie), una pareja de
jóvenes, blancos y heterosexuales, como a los justicieros decididos a
plantarles cara. ¡Como si el mensaje lanzado fuese que había que terminar con
todo aquello (o todos aquellos, mejor dicho) que se salen de los cánones
“normales”, comunes y/o “heteronormativos”! De paso obviaban que, aunque en la
película las Heathers actuaban como verdaderos bichos venenosos, J.D. se
destapaba como un auténtico (y peligroso) psicópata (¡cómo algunos jóvenes han
idealizado la figura de J.D. sí que resulta preocupante!).
Las cosas no mejoraron tras la decisión del canal de colgar, con varias semanas de antelación (no lo busquéis, ya lo han eliminado), el primer capítulo en distintas plataformas (iTunes, por ejemplo). Las críticas, desfavorables en su mayoría (en aquellas que promovían algún tipo de censura no me voy a detener ni un sólo segundo), se dividían entre las que no parecían entender el significado de la palabra sátira (la de Julia Selinger para Slant Magazine, por ejemplo) y las que sólo hacían hincapié en cómo, según ellos (servidor se desmarca), la serie representaba un ataque directo en contra de las minorías (no ayudaba que varios personajes pertenecientes al ala más radical de la derecha conservadora se hubiesen dedicado a alabarla; aunque yo creo que lo hicieron a modo de troleo; no me creo que les pueda gustar una serie en la que personajes como los de McNamara o Duke, quizá el primer genderqueer con un papel reseñable en televisión, gozan de tantísimo peso). Poco importó que el equipo creativo lo negara taxativamente, que el propio creador (Micallef) indicase que sus intenciones pasaban por mostrar cómo el poder corrompe o que uno de los guionistas, Price Peterson, hiciese constar, vía Twitter, la cantidad de gente perteneciente a alguna minoría implicada en el proyecto (“Heathers está escrita, dirigida y protagonizada principalmente por hombres y mujeres homosexuales, cis y trans”, señalaba), la bola (la creada por los haters) ya era incontrolable. Y sí, también florecieron algunas críticas positivas (la de TV Line no podía ser más entusiasta; hasta llegaba a asegurar que era mejor que la película original, cosa que, desde luego, no comparto) e incluso el mismísimo Daniel Waters, guionista de la película que se adapta, llegó a pronunciarse tras visionar (al igual que el resto de críticos) los primeros cinco episodios, asegurando que la serie iba de menos (el primero, por lo visto, no le hizo demasiada gracia) a más y afirmando finalmente que lo que había visto “le había gustado”.
Las cosas no mejoraron tras la decisión del canal de colgar, con varias semanas de antelación (no lo busquéis, ya lo han eliminado), el primer capítulo en distintas plataformas (iTunes, por ejemplo). Las críticas, desfavorables en su mayoría (en aquellas que promovían algún tipo de censura no me voy a detener ni un sólo segundo), se dividían entre las que no parecían entender el significado de la palabra sátira (la de Julia Selinger para Slant Magazine, por ejemplo) y las que sólo hacían hincapié en cómo, según ellos (servidor se desmarca), la serie representaba un ataque directo en contra de las minorías (no ayudaba que varios personajes pertenecientes al ala más radical de la derecha conservadora se hubiesen dedicado a alabarla; aunque yo creo que lo hicieron a modo de troleo; no me creo que les pueda gustar una serie en la que personajes como los de McNamara o Duke, quizá el primer genderqueer con un papel reseñable en televisión, gozan de tantísimo peso). Poco importó que el equipo creativo lo negara taxativamente, que el propio creador (Micallef) indicase que sus intenciones pasaban por mostrar cómo el poder corrompe o que uno de los guionistas, Price Peterson, hiciese constar, vía Twitter, la cantidad de gente perteneciente a alguna minoría implicada en el proyecto (“Heathers está escrita, dirigida y protagonizada principalmente por hombres y mujeres homosexuales, cis y trans”, señalaba), la bola (la creada por los haters) ya era incontrolable. Y sí, también florecieron algunas críticas positivas (la de TV Line no podía ser más entusiasta; hasta llegaba a asegurar que era mejor que la película original, cosa que, desde luego, no comparto) e incluso el mismísimo Daniel Waters, guionista de la película que se adapta, llegó a pronunciarse tras visionar (al igual que el resto de críticos) los primeros cinco episodios, asegurando que la serie iba de menos (el primero, por lo visto, no le hizo demasiada gracia) a más y afirmando finalmente que lo que había visto “le había gustado”.
Pero voy a dejarme
de opiniones externas y a comenzar con la mía; con la de un gran fan de la obra
original (y no tanto de ese musical del off-Broadway que tanta adoración
despierta entre el personal y que a mí me parece que peca de paródico) e
incluso de buena parte de los trabajos que ésta ha inspirado: ¡y sí, te miro
directamente a ti, Chicas malas
(Mean Girls)! Quiero empezar reconociendo que me acerqué a este primer capítulo
con bastante miedo: el tráiler no me había disgustado (al menos no como a la
mayoría del personal), pero todo el odio que pululaba a su alrededor me tenía
un poco asustado, casi amedrentado. Tras merendarme los 45 minutos que dura
este primer capítulo respiré un tanto aliviado. Había muchas cosas mejorables (me
chirría muy mucho cómo son presentados Kurt y Ram, los deportistas que en la
película se comportan como verdaderos cerdos misóginos; también la humillación
que sufre este último a manos de Chandler o que nuestra protagonista, una Verónica
con la que, presiento, va a ser muy difícil simpatizar, quiera que la gente sea
más ”normal”, cosa que concibo como un gran insulto; ¡yo no quiero ser normal,
yo quiero ser especial!) y otras tantas que directamente no me habían gustado (el
secreto de McNamara, a la espera de ver, eso sí, cómo se desarrolla su historia),
pero, en líneas generales, estaba más que satisfecho: la cantidad de guiños (incluida
la reinterpretación de varias frases memorables, por mucho que no siempre se
realicen de forma acertada) es apabullante y el casting, repleto de rostros desconocidos
pero con mucho potencial (si hay justicia volveremos a oír hablar de ellos más
pronto que tarde; a destacar la malicia desplegada por Melanie Field, los
excesos de Brendan Scannell, la expresiva timidez de Grace Victoria Cox o una
Nikki SooHoo, en el papel de Betty, la ex–mejor amiga de Verónica, que brilla
en cada una de sus intervenciones), se presenta de lo más acertado. Y no
querría terminar sin alabar otras tantas cosas, como el imposible (por atrevido
y rococó) vestuario, el cual respeta las bases del original (Chandler =
rojo = ira; Duke = verde = envidia; McNamara = amarillo = depresión), su muy
excitante trabajo de ambientación o una selección musical que actualiza la
excelente banda sonora de David Newman e incorpora nuevos temas realmente memorables
(y bien traídos), como la (un tanto siniestra) versión llevada a cabo por la
orquesta Pink Martini)del clásico ¿Qué será, será? (en
una escena inicial repleta de simbolismos y protagonizada por Doherty) o Nobody Speaks, de DJ
Shadow (con la colaboración de Run the Jewels), de acertadísimo (doble) uso. Heathers no es, ni remotamente, tan
genial como la obra en la que se inspira (el Star Wars de Micallef, según sus propias palabras); tampoco logra
(re)crear el clima o el tono de ésta (acaba resultando bastante menos sardónica),
pero se nota el cariño (y respeto) profesado por las personajes implicadas (aunque
muchos parezcan no verlo), y eso (sumado a los valores que ya he enumerado) vale
mucho.
Lo mejor: Los actores (rostros
frescos y prometedores: mucho se han quejado algunos, pero, ¿cuántas series han
puesto en el centro de sus ficciones a intérpretes como Field o Scannell?; ¡si
hasta en la reverenciada Riverdale,
actualmente uno de mis culebrones juveniles favoritos, el papel del gay parece
escrito con el mero objetivo de cumplir expediente!), el desenlace (un cambio
de rumbo, con respecto a la película, lleno de posibilidades), la ambientación
(y aquí englobo, porque yo lo valgo, desde la música hasta el vestuario,
pasando por el trabajo de fotografía o los decorados) y su inmensa (casi
apabullante) cantidad de guiños. También la mala baba que destila el conjunto o
su maravillosa (y delirante) colección de carteles promocionales (¡a cuál
mejor!).
Lo peor: Ya desde antes de su
estreno temía estar ante un producto de escasa trayectoria (no tenía nada claro
si iba a ser capaz de funcionar como antología, pero al menos tenía la
esperanza de que, si era cancelada tras una primera temporada, obtendríamos una
miniserie con principio y fin), pero es que ahora, tras haber sido pospuesta y
sin nueva fecha a la vista, me enfurece que no vaya a ser estrenada o que, en
el mejor de los casos, lo haga dentro de mucho tiempo y de tapadillo. Que haya
quien la vea como un alegato supremacista. WTF?
La hipocresía del personal. ¡Queremos que se dé visibilidad a las minorías (y yo
el primero)!, pero sólo de una determinada manera (como si todos los que
perteneciésemos a una fuésemos bellísimas personas, pulcras como ninguna otra;
pues yo no me considero, ni de lejos, un ejemplo a seguir; además, ¡estamos
hablando de una serie satírica y por lo tanto repleta de excesos!, ¿nadie se da
cuenta de ello?; ¿no resulta mucho más normalizador vernos representados en
todo tipo de papeles por muy reprochables que estos sean?). ¡No queremos que se
hagan tantos remakes/reboots (o como
queramos llamarlos)!, pero si no respetan al pie de la letra el material
original también nos quejamos. Nos la cogemos continuamente con papel de fumar,
y tenemos la piel tan fina que todo nos termina molestando. Que Heathers (la serie) sea capaz de
ofender a tanta gente ya no se presenta como un logro; ahora más bien parece un
reto fácil de lograr.
Puntuación: 7/10.
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