Título original: 24 Hour Party People. Año: 2002. País: Reino Unido. Género: Comedia, Drama. Director: Michael
Winterbottom. Guionista: Frank
Cottrell Boyce. Intérpretes: Steve
Coogan, Paddy Considine, Shirley Henderson, Lennie James, Sean Harris, John Simm,
Andy Serkis, Danny Cunningham, Rob Brydon, Simon Pegg, Kieran O’Brien,
Christopher Eccleston.
24 Hour Party People se basa en
la vida de Tony Wilson (Steven Coogan), peculiar presentador musical que fundó
un sello discográfico llamado Factory
Records con el que dio a conocer a futuros grupos esenciales de la escena
indie de la época, como Joy Division (futuros New Order tras el suicidio de su
cantante; ¿es necesario remarcarlo a estas alturas?) o Happy Mondays y creó la
discoteca Hacienda, algo así como su
particular Studio 54.
Winterbottom (Go Now!, Wonderland, In This World) hace suya la consigna “sexo, drogas y Rrock & roll”, y se sirve de la vida de Tony Wilson para filmar, como si de un
documental se tratara, el cambio musical que se produjo en Manchester. Lo que
más llama la atención en esta 24 Hour
Party People es su labor tras las cámaras, así como el montaje o la
fotografía, ya que durante el metraje se juega con imágenes de distintos
formatos, mezclando color con blanco y negro o fotogramas con distintos tipo de
texturas, lo que proporcionan un original e interesante acabado al conjunto.
Conjunto que, como se puede adivinar tras todo lo expuesto, juega a ser un
falso documental.
Lamentablemente, todas las buenas intenciones (el frenético montaje, la interesante fotografía o la soberbia banda sonora) sirven de poco cuando el protagonista resulta ser un tipo tan engreído, resabido y (un pelín) pedante (que conste que adoro la pedantería). Hasta el punto de convertir el visionado de la película en algo extenuante. Más todavía si se tiene en cuenta que su presencia queda plasmada prácticamente en cada fotograma. La culpa no es de Coogan (aunque tampoco ayude a lograr lo contrario; y sí, sé que me voy a quedar muy solo en mi opinión), sino más bien de un personaje (Wilson, claro) que peca de caricaturesco y pagado de sí mismo. Y sí, sé que prima la veracidad, pero resulta agotador; terriblemente agotador. Mención especial merecen escenas como aquella en la que éste firma su primer contrato discográfico... ¡con su propia sangre! o cómo reflejan su eléctrica (sufría epilepsia) manera de actuar encima del escenario de Ian Curtis (el que fuera líder de la ya nombrada Joy Division; para conocer más sobre su vida recomendando encarecidamente el visionado de otra peli, la muy interesante Control).
Lo mejor: El formato y, claro,
la banda sonora.
Lo peor: Un personaje principal
siempre jugando en la más fina de las líneas entre lo real y lo caricaturesco;
lo grotesco y lo irritante.
Puntuación: 5,5/10.
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