domingo, 16 de octubre de 2016

Sidonie: El peor grupo del mundo


Con Sidonie ni puedo (ni quiero) ser objetivo. Le tengo un cariño muy especial al trío (normalmente quinteto en escena) barcelonés (Marc, Jess y Axel). No sólo lograron reconciliarme con el pop español (sí, perdí el interés tras años de sopor mainstream auspiciado por las principales emisoras del país), sino que me han acompañado durante algunos de los pasajes menos memorables de mi vida (recuerdo escuchar en bucle Badulake durante una mala época o cómo uno de sus discos que más me gustan, el memorable Costa azul, salía a la venta en otro momento no especialmente feliz). Durante un tiempo Shell Kids fue mi disco favorito de su ya amplia discografía; ahora me es un poco más complicado elegir, pero si he de hacerlo me quedo con el prodigioso (y francamente infravalorado) El fluido García, disco con el que retomaron, tras ese impasse “para las masas” titulado El incendio, sus raíces psicodélicas.


Pero centrémonos en El peor grupo del mundo, disco que viene a ser su particular homenaje (como lo es, aunque un tanto minúsculo, el que les dedica servidor a ellos con esta mini-crítica) a la música que admiran y con la que han crecido (sí, también profesionalmente). “Es nuestra declaración de amor a todos los grupos que admiramos; un Os Queremos (segundo corte de este trabajo) en forma de disco. También un recordatorio de lo que somos y siempre hemos sido: fans”, señalaban.


El disco se inicia con la canción que da título al mismo y que narra, con mucha sorna, la formación de una banda (“ahí es donde aparezco yo / un cantante perdedor / mucha pose y poca voz”, canta Marc) y termina con la intimista No sé dibujar un perro (¡adoro que hayan usado la armónica, uno de mis instrumentos favoritos!; también recurren a él, aunque con mayor profusión, en otro de los temas: Instrucciones para construir un submarino). Entre medias tenemos ocho cortes más, entre los que destacan la sublime Siglo XX (perfectamente instrumentalizada), la bailable Fundido a Negro, Atragantarnos, con su coro góspel, o Los coches aún no vuelan (para la que recuperan algunos retazos psicodélicos que tan buenos resultados dieron en el pasado).


Mucho ha llovido desde que los viera por primera vez en directo (seguramente sea el grupo al que más veces he visto en vivo) presentado Fascinado (su salto del inglés al castellano). Ahora vuelven a sonar en las muy caducas radiofórmulas (las mismas que desde hace años se dedican a pinchar casi en exclusiva los mismos cuatro temas o novedades de las de usar y tirar al mismo tiempo que dan la espalda a nuestro amplísimo y riquísimo panorama musical; siempre nos quedará Radio 3, eso sí), algo que no hacían desde el ya mencionado El incendio, con el single de presentación, un himno bastante buenrrollista titulado Carreteras infinitas y en el que nombran, entre otros, a Jota (Los Planetas), Morrisey y a sus amigos Lori Meyers. El peor grupo del mundo nos ofrece lo que suele ofrecernos siempre Sidonie: un buen puñado de melodías pop de fácil calado pero con muchísima enjundia. Estamos ante un franco y dignísimo canto a su oficio en el que despachan a gusto con sus filias y también con alguna que otra fobia. Hecho por y para fans (y para todo aquel que se quiera acercar, porque nunca es tarde, y descubrir a uno de los grupos más fascinantes de nuestro panorama musical). Sí, sé que me ha quedado un discurso de fan fatal total.

Lo mejor: Estamos ante un disco repleto de hits pegadizos y con las señas inequívocas de identidad de sus autores.

Lo peor: La alargada sombra de dos obras mayúsculas, y muy recientes, como Sierra y Canadá y El fluido García.

Puntuación: 8/10.

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