Con Sidonie ni puedo (ni quiero)
ser objetivo. Le tengo un cariño muy especial al trío (normalmente quinteto en
escena) barcelonés (Marc, Jess y Axel). No sólo lograron reconciliarme con el
pop español (sí, perdí el interés tras años de sopor mainstream auspiciado por las principales emisoras del país), sino
que me han acompañado durante algunos de los pasajes menos memorables de mi
vida (recuerdo escuchar en bucle Badulake
durante una mala época o cómo uno de sus discos que más me gustan, el memorable
Costa azul, salía a la venta en otro
momento no especialmente feliz). Durante un tiempo Shell Kids fue mi disco favorito de su ya amplia discografía; ahora
me es un poco más complicado elegir, pero si he de hacerlo me quedo con el
prodigioso (y francamente infravalorado) El
fluido García, disco con el que retomaron, tras ese impasse “para las masas”
titulado El incendio, sus raíces
psicodélicas.
Pero centrémonos en El peor grupo del mundo, disco que viene a ser su particular homenaje (como lo es, aunque un tanto minúsculo, el que les dedica servidor a ellos con esta mini-crítica) a la música que admiran y con la que han crecido (sí, también profesionalmente). “Es nuestra declaración de amor a todos los grupos que admiramos; un Os Queremos (segundo corte de este trabajo) en forma de disco. También un recordatorio de lo que somos y siempre hemos sido: fans”, señalaban.
El disco se inicia con la canción
que da título al mismo y que narra, con mucha sorna, la formación de una banda
(“ahí es donde aparezco yo / un cantante perdedor / mucha pose y poca voz”,
canta Marc) y termina con la intimista No sé dibujar un perro (¡adoro
que hayan usado la armónica, uno de mis instrumentos favoritos!; también recurren a él, aunque con mayor profusión, en otro de los temas: Instrucciones para construir un submarino). Entre medias
tenemos ocho cortes más, entre los que destacan la sublime Siglo XX (perfectamente instrumentalizada), la bailable Fundido a Negro, Atragantarnos, con su coro góspel, o Los coches aún no vuelan (para la que recuperan algunos retazos
psicodélicos que tan buenos resultados dieron en el pasado).
Mucho ha llovido desde que los
viera por primera vez en directo (seguramente sea el grupo al que más veces he
visto en vivo) presentado Fascinado (su salto del inglés al
castellano). Ahora vuelven a sonar en las muy caducas radiofórmulas (las mismas
que desde hace años se dedican a pinchar casi en exclusiva los mismos cuatro
temas o novedades de las de usar y tirar al mismo tiempo que dan la espalda a
nuestro amplísimo y riquísimo panorama musical; siempre nos quedará Radio 3, eso sí), algo que no hacían
desde el ya mencionado El incendio,
con el single de presentación, un himno bastante buenrrollista titulado Carreteras infinitas y en el que
nombran, entre otros, a Jota (Los Planetas), Morrisey y a sus amigos Lori
Meyers. El peor grupo del mundo nos
ofrece lo que suele ofrecernos siempre Sidonie: un buen puñado de melodías pop
de fácil calado pero con muchísima enjundia. Estamos ante un franco y dignísimo
canto a su oficio en el que despachan a gusto con sus filias y también con
alguna que otra fobia. Hecho por y para fans (y para todo aquel que se quiera
acercar, porque nunca es tarde, y descubrir a uno de los grupos más fascinantes
de nuestro panorama musical). Sí, sé que me ha quedado un discurso de fan fatal
total.
Lo mejor: Estamos ante un disco repleto de hits pegadizos y con las
señas inequívocas de identidad de sus autores.
Lo peor: La alargada sombra de dos obras mayúsculas, y muy
recientes, como Sierra y Canadá y El fluido García.
Puntuación: 8/10.
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