miércoles, 28 de febrero de 2018

Madonna: Ray of Light


Ray of Light se publicaba un 27 de febrero de 1998. A mi pueblo (aunque a la gente no le guste que lo llame pueblo) no llegó hasta el día siguiente (sic); no me importó, yo cumplía 18 años y, aunque en aquel momento no lo sabía, ese disco se iba a convertir en una de mis grandes obsesiones, quizá en mi (auto)regalo más relevante. También era relevante para la carrera de su autora, quien se había alejado de la escena pop para encarnar a Eva Perón en la película dirigida por Alan Parker, realizador de largometrajes tan importante como, por ejemplo, El expreso de medianoche (Midnight Express). Por dicha película, titulada Evita, se hizo con el Globo de Oro (en la categoría de mejor actriz de comedia o musical), mientras que dicho trabajo obtuvo, entre otros reconocimientos, el Oscar a mejor canción original, You Must Love Me (no, Madonna ni siquiera fue nominada por su trabajo interpretativo; ¡para una vez que actúa con convicción, ****!). De hecho, no publicaba material nuevo desde aquel lejano, y a reivindicar, Bedtime Stories; una suerte de álbum RnB que se movía entre lo comercial (el tema producido y escrito junto a Babyface, Take a Bow, se convirtió en todo un mega éxito, manteniéndose durante 7 semanas en los más alto del Billboard Hot 100; es más, Babyface estuvo a punto de ser el encargado de producir, junto a Patrick Leonard, colaborador habitual de la artista, y William Orbit, músico, compositor y productor inglés, el disco que nos ocupa; pero, tras varias sesiones fallidas decidió dar un giro rotundo al asunto, desechando la colaboración del primero, dejando al segundo en un segundo, valga la redundancia, plano y formando un poderoso tándem con un Orbit en estado de gracia; lo demás, como suele decirse, es historia) y lo controvertido (todavía recuerdo haberme quedado de piedra pómez ante el videoclip del tema Human Nature, a la postre uno de lo más recordados del álbum).


Frozen (primer adelanto de Ray of Light), una maravilla de balada electrónica con claro y sencillo (que no simple) mensaje (“you only see what your eyes want to see / how can life be what you want it to be? / you’re frozen / when your heart’s not open”), ya se había presentado en sociedad, y con él un videoclip que todavía recuerdo casi plano a plano (no sé cómo no lo llegué a aborrecer de tanto verlo tras grabarlo en una de mis tantas, y descacharradas, cintas VHS). La canción parecía confirmar que Madonna, reina de la reinvención, había vuelto a mutar (más tarde conoceríamos que durante la grabación del disco se hacía llamar Verónica Electrónica; aunque también podría haber sido Mística Madonna). El segundo single, la hipervitaminada canción que daba nombre al álbum, servía como perfecto contrapunto a Frozen. ¡El videoclip (dirigido por Jonas Åkerlund) era todo pelotazo! Totalmente opuesto al de Frozen; tan colorido y divertido como adictivo. ¡Estábamos ante algo grande! ¡Muy grande! Tan grande que acabaría reportándole 4 Grammys (mal denominados Oscars de la música) a la artista (los correspondientes a mejor álbum de pop vocal, mejor grabación dance, mejor diseño de embalaje y mejor vídeo musical de formato corto, obtenido por el videoclip grabado para el tema Ray of Light) y vendiendo, a nivel mundial, y a día de hoy, más de 25 millones de copias. Pero estoy corriendo demasiado y hablando muy poco de las canciones que hicieron tan especial a este trabajo.


De Ray of Light (el disco) se extrajeron hasta cinco singles. A los ya nombrados, Frozen y Ray of Light, se sumaron Drowned World/Substitute for Love, la balada que lo habría (y cuyo polémico videoclip, en el que Madonna huía de varios paparazzi, fue comparado con el altercado que acabó con la vida de Lady Di) y en la que Ciccone hablaba sobre las cosas (entre ellas la fama) que había cambiado por el amor (“i traded fame for love / whitout a second thought / it all became a silly game / some things cannot be bought”), The Power of Good-Bye, balada con mensaje de ruptura (y poderoso, y bello, vídeo, co-protagonizando por el actor Goran Visnjic), y, por último, Nothing Really Matters, tema dance extremadamente pegadizo y que rompía, de manera radical, con el tono del resto. Señalaré, a modo de curiosidad, que el vídeo para dicho último single estaba inspirado en el libro Memorias de una geisha (Memoirs of a Geisha), ya que Madonna ansiaba hacerse con un papel en la adaptación que del mismo se estaba preparado. Huelga señalar que su nada sutil intento no obtuvo el efecto esperado. No importa: sirvió como excusa para regalarnos un vídeo de lo más resultón (y zombificado). ¿Y qué decir del resto de temas (aquellos que no corrieron la suerte de ser resaltados como single)? Yo diría que TODOS pueden ser catalogados de excepcionales. De Shanti/Ashtangi (escrito y cantado en sánscrito y cuya letra adapta un texto de Adi Shankara, reconocido como uno de los más grandes pensadores de la india) a Mer Girl (tétrico tema que funciona como perfectísimo cierre), pasando por Little Star (suerte de nana electrónica dedicada a su, por entonces pequeña, hija: Lourdes León) o Sky Fits Heaven (cuya performance durante el Drowned World Tour, y con una Madonna que gracias a la ayuda de un arnés volaba a la vez que repartía golpes a diestro y siniestro, fue de las más visuales y comentadas). Ray of Light supuso un punto de inflexión en la carrera de Madonna; también  se convirtió en el álbum destinado a batirse el cobre, casi siempre contra el muy reverenciado Like a Prayer (otro disco definitorio), por ocupar el puesto de honor en todas esas encuestas o listas destinadas a enumerar, y valorar, la amplísima discografía de la artista. Tras él, y completando un etapa que es oro puro, llegaría el superlativo Music, pero ésa es otra historia.

Lo mejor: No siento la necesidad de saltarme ninguna de las pistas que componen este trabajo. ¡Todo un logro!

Lo peor: La verdad es que no se me ocurre nada.

Puntuación: 10/10.

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